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sábado, 5 de mayo de 2018

Morir es volver a nacer

El budismo llegó al Tibet hacia el año 650. Sin embargo, las autoridades chinas lo consideran parte de su territorio desde hace siglos por uniones dinásticas y conquistas en la época imperial. Pero el exilio tibetano subraya que su país era independiente hasta que fue ocupado por el ejercito comunista en la década de 1950. Se calcula que hay unos 600.000 soldados chinos en el Tibet, que está habitado por 6 millones de tibetanos y 8 millones de chinos. Los tibetanos son una minoría en su propio país. La cifra de exiliados sobrepasa las cien mil personas. Las cárceles chinas están llenas de presos tibetanos, siendo el Panchen Lama uno de los prisioneros más jóvenes del mundo, que desapareció a los 6 años y del que nada se sabe hasta ahora. Se desconoce si esta vivo o muerto. 

Los tibetanos creen que ciertos monjes iluminados pueden elegir después de su muerte el lugar exacto donde desean nacer de nuevo y quienes han de ser sus padres para que puedan ser localizados fácilmente. El caso de Guese Tenzin Gyatzo, conocido Dalai Lama, es uno de ellos. "Cuando yo muera mi cuerpo quedará ahí. Lo importante es a donde va la conciencia", dice. 

En el caso del Panchen Lama, la segunda autoridad religiosa más importante en el Tibet, los monjes descubrieron que el líder espiritual había vuelto al mundo reencarnando en el hijo de un pobre y pío matrimonio dedicado a la cría de yaks. 

Según los budistas, la muerte es un paso, es solo el principio de otra vida que se irá repitiendo hasta llegar al nirvana. Cuando llega ese momento, los monjes se reúnen para recitar el texto raíz y un sutra Prajnaparamita (la perfección de la sabiduría). Tras la partida del cuerpo, este es incinerado en el monasterio con los ritos correspondientes. En ocasiones, las cremaciones producen signos sobrenaturales como la aparición de un arcoíris, de luces o párticulas chispeantes entre las cenizas de los santos. La esperanza de todo buen budista es morir antes de su maestro para ser guiado por él en el último momento. Los maestros suelen decir: "Aprender a morir bien para luego volver a vivir mejor".

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