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sábado, 14 de abril de 2018

El hombre lobo de Allariz







Galicia del siglo XIX, por estas tierras nació, el 18 de noviembre de 1808, Manuel Blanco Romasanta, en la pequeña aldea orensana de Rogueiro. Desde muy joven se ve su predisposición al trabajo, y a fe que se le dan bien los oficios porque en pocos años aprende el arte de tejer; es cocinero, sastre, buhonero y vendedor ambulante. A los 21 años se casa con Francisca Gómez Vazquez, vecina de Sotuelo. Todo parece ir bien para él, hasta que ese destino negro que ya ha salido en estas páginas decide cobrarse con su persona. Tres años después de la boda, Romasanta enviuda. En ese instante decide abandonarlo todo, y lanzarse con su tienda a recorrer ese mundo que también existe allende las impenetrables cordilleras que separan esa Galicia del siglo XIX de las tierras de Castilla. Después de años y muchos kilómetros a sus espaldas, el aún joven buhonero conoce las escarpadas rutas de Portugal, Castilla y Galicia como la palma de su mano. Es entonces cuando decide volver...

El año 1839 es vital en la transformación de Romasanta, a nivel espiritual, y según confirmará después, también en lo físico. Es entonces cuando le afecta la maldición, la fada que sin que pueda evitarlo le convierte en hombre lobo -tal y como afirmaría en el proceso tras su detención-. Y así, huyendo de otras personas de menor calado, se instala en 1844 en la localidad de Rebordechao. Es una etapa dulce de su vida, si bien es cierto que se coloca la máscara de beato creyente para atraer los parabienes de sus convecinos, que viendo su talante cristiano y bondad, lo acogen con los brazos abiertos. Pero nadie es consciente de la terrible bestia que anida en el alma oscura de Romasanta.

Durante su estancia en el pueblo sería responsable de al menos la muerte de siete mujeres y dos hombres, a los que infligió horrible mutilaciones por todo el cuerpo.

El modus operandi a seguir siempre era el mismo. Manuel, por un módico precio, se prestaba a desplazar a las personas que deseaban emigrar de su lugar de residencia, intentando alcanzar un mejor futuro. Y para ello se ponían en manos de aquel que tan bien conocía aquellas montañas sembradas de lobos y otras criaturas aterradoras. Después falsificaba cartas que hacía llegar a los familiares de estos desgraciados, que, como ya se habrán imaginado, jamás alcanzaron sus metas. Solo la codicia frustró los planes del asesino, pues no harto de acabar con la vida de los infortunados que se ponían en sus manos, además vendía las ropas u objetos valiosos que llevaban; y llegó ha hacerlo en las cercanías de los lugares de nacimiento de los finados. Eso, y que los familiares únicamente tenían noticias de los suyos a través del buhonero, empezó a despertar la sospecha. De todos era conocido que vendía grasas en Portugal como remedio para la cura de casi todos los males, de forma que por aquellas tierras era conocido como a horne do unto o sacamanteigas.

Manuel fue finalmente detenido en tierras toledanas, poco después de que según afirmó, se acabara la fada, concretamente el 29 de junio de 1852, día de san Pedro. Al ser conducido hasta los juzgados de Allariz, el buhonero se derrumbó y comenzó a detallar, para mayor espanto de los presentes, los actos llevados a cabo por las impenetrables sierras de Mamede y Queixa durante años. La repercusión mediática nacional e internacional fue tal, que provocó la intervención de la mismísima reina Isabel II, a fin de apaciguar los ánimos. Los detalles del juicio que siguió, y que duró siete meses...desde septiembre de 1852 hasta abril de 1853- se recogen en la Causa 1788, del Hombre-lobo, y está compuesta por más de dos mil páginas, dos rollos y un extracto que permanecen en las dependencias del Archivo Histórico del Reino de Galicia, en A Coruña, y que cualquiera puede consultar -dicho sea de paso gracias a que el investigador coruñés Manuel Caraballal rescató los manuscritos del olvido-. Allí podemos leer: "Yo llegué a mantener la forma de todo hasta ocho días seguidos, aunque normalmente no pasaba de dos a cuatro. Antonio, sin embargo, llegó a mantener diez días y don Genaro hasta quince, aunque lo normal eran cuatro o cinco días. Con ellos maté y comí a varias personas como Josefa o Benita, y a sus hijos, lo hice solo". Los susodichos Antonio y don Genaro eran otros lobishones de Valencia, que compartían la terrible maldición con Romasanta.

El caso y su protagonista fueron estudiados por seis facultativos, cuatro médicos y dos cirujanos,. Los cuerpos de las víctimas mostraban los desgarros propios del ataque de un gran depredador, por lo que situación se tornaba aún más turbia. Finalmente el equipo médico concluyó, tras atender las declaraciones de inculpado, que "Manuel Blanco no es idiota, ni loco maniático. No hay en su cabeza ni en sus vísceras motivos físicos que transforme el equilibrio moral que le haya hecho perder la razón".

Finalmente el juez que instruyó el caso, el licenciado Quintín Mosquera, concluyó que Romasanta no era un demente. Y así el 6 de abril fue condenado a morir por garrote vil. Sin embargo poco más se sabe, no hay certificado de muerte, ni pista alguna que lleve a pensar que a partir de 1854 permaneció en presión.

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