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miércoles, 18 de abril de 2018

El misterio de luz equinoccial


En la comarca de Benavente y Los Valles, al norte de la provincia de Zamora, a ochenta kilómetros de la capital, a orillas del río Tera , el viajero-buscador de enigmas y misterios, de lo mágico y sagrado, encontrará uno de los templos románicos de la provincia más antiguos, vinculado al Camino de Santiago.

Guarda entre su muros los códigos ocultos y mensajes secretos de los canteros del Medievo y es escenario, durante los equinoccios, de un prodigio en el que el arte y la fe, la naturaleza y el hombre, se dan la mano, reminiscencias de cultos ancestrales relacionados con la madre naturaleza.
Un santuario erigido en una tierra marcada por lo mágico-sagrado desde tiempos remotos, como así lo demuestra el dolmen de Arrabalde, el Castro de Las Labradas, el más grande la provincia, o el Domus de Camarzana de Tera.

Una iglesia en la que, siempre el mismo día, la fecha de los equinoccios de otoño y primavera, y a la misma hora, a las ocho de la mañana –hora solar–, congrega a cientos de personas venidas desde diferentes puntos de la geografía española para contemplar, y sentir, un prodigio que despierta emoción y fascinación. El momento en el que la oscuridad del templo es rota por la aparición del haz de luz de los rayos de sol del amanecer –que aparece por un óculo redondo ubicado en la parte superior del ábside–, atraviesa de forma diagonal el altar mayor así como parte de la nave central, para ir ascendiendo poco a poco por los sillares hasta iluminar un capitel tallado en la fría piedra.

Es el denominado fenómeno de la luz equinoccial, el momento en el que se produce el llamado “Milagro de la Luz”. Pero, ¿cuándo, cómo y por qué los gremios de constructores medievales pusieron luz a este capitel y lo llenaron de simbolismo?

UN TEMPLO MARCADO POR EL ENIGMA Y EL GREMIO DEL CAMINO

Poco se sabe de sus orígenes y de sus constructores. Las riberas del Tera acogieron en la Alta Edad Media, durante la repoblación, la fundación de numerosos cenobios del que Santa Marta de Tera, ya en el siglo X, fue uno de los primeros y más importantes.

Las diferentes excavaciones arqueológicas han sacado a la luz que en el mismo solar donde se levanta la iglesia existió una villa alto-imperial romana –del siglo I–, y un posterior templo hispano-visigodo desde el siglo VI. Un antiguo lugar que fue sacralizado a lo largo del tiempo. A pesar de ello, las primeras referencias documentales sobre el mismo aparecen en el año 979, y se tiene noticia que su primer abad se llamaba Julián.

Su fundación está ligada a las reliquias de la mártir astorgana santa Marta, del siglo III, cuyos restos llegaron al templo en el siglo XI, cuando los reyes Fernando I de León y doña Sancha donaron el monasterio a San Ordoño, obispo de Astorga, en reconocimiento por haber traído y puesto a salvo las reliquias de San Isidoro.

La advocación del mismo se debe a que la mártir fue enterrada aquí después de negarse a practicar ritos paganos, por lo que fue decapitada. Más tarde, en el siglo XII, ya con gran popularidad, se convirtió en centro de peregrinación cuando el monarca Alfonso VII visitó el enclave para agradecer a la santa la curación de una grave enfermedad. Milagros de los que no sólo habla la tradición sino que han quedado marcados en la fría piedra en forma de estrella en distintos puntos del templo, en los sillares cercanos a donde se produjeron.

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