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miércoles, 26 de julio de 2017

Los primeros Cristianos ante la resurrección

Cuando san Pablo vinculó el sentido del Cristianismo a la fe en que Jesús resucitó al tercer día de su muerte, no solo planteó un escándalo desde la perspectiva de la razón -y del sentido común nacido de la experiencia-, sino también un elemento especialmente polémico en el seno de las distintas corrientes cristianas del primer siglo de nuestra era. Sobre todo porque a juicio de Pablo cualquier otra alternativa a esta creencia suponía la des calificación total del Cristianismo y porque su legado fue recogido por la iglesia nacida en Nicea (siglo IV d.c). En consecuencia, para un católico -como más tarde para los protestantes- la única alternativa a esta fé equivalía a asumir un escepticismo radical respecto a la existencia de un <<más allá>>, dado que en el concepto paulino era precisamente Cristo resucitado quien, como vencedor de la muerte, abría al resto de los seres humanos al acceso a <<la vida eterna>>. De modo que si dicho milagro no se había producido literalmente, el culto entero carecía de sentido, como podemos observar en la liturgía católica de la misa ante <<el cuerpo presente>> de un fallecido.

<<Libranos de la muerte eterna>>. Sin embargo, lo que producía la resistencia  a aceptar este hecho (y aún la produce), no era la resurrección por sí sola, sino que el Cristianismo paulino la asoció íntimamente con su concepto de Jesús como hombre-dios.

En las corrientes gnósticas este problema no se presenta, precisamente porque, desde su punto de vista, Cristo fue un dios que se reveló bajo apariencia humana, pero sin asumir esta naturaleza. En los Evangelios gnósticos, quien imparte las enseñanzas no es, por tanto, un hombre. Más aún se afirma que Jesucristo no sufrió ningún martirio ni crucifixión. esta doctrina resulta mucho más plausible para la cultura del siglo I, en la cual nada tenía de extraordinario que un dios se manifestara bajo forma humana o que resultara inmune a la muerte.

A la luz de estos hechos, cabe preguntarse ¿por qué Pablo, y más tarde la iglesia, se decantaron por una doctrina sin precedentes que, seguramente no era la más apropiada para conseguir adhesiones? La única explicación es que éste, y no otra, era el testimonio unánime de quienes conocieron y trataron a Jesús mientras vivió...También este es un indicio de que un suceso excepcional convenció a los apóstoles -al principio escépticos- de que Jesús realmente había resucitado.

La creencia en la resurrección de Jesús -al manos desde la perspectiva paulina asumida por la iglesia- es la seña de identidad distintiva de la fe cristiana. También constituyó un escándalo para la razón desde que fue anunciada por primera vez. En los Evangelios Canónicos encontramos el testimonio más antiguo de un escepticismo espontaneo. Los apóstoles atribuyen buena parte de la buena noticia de María Magdalena a <<fantasías propias de una mujer>> y se negaron a creerle. cuando se convencieron de su propia experiencia, persistió el escepticismo de Tomás, que cuestionó el milagro con el argumento que emplearía un hombre actual: necesitaba comprobarlo por sí mismo. En este sentido es importantes observar que los contemporáneos de Jesús -aquellos que más intimaron con él y presenciaron sus prodigiosas curaciones y exorcismos- no eran más crédulos que nosotros sobre este tema. Más aún, en el mencionado episodio, Tomás legitima la duda humana con su actitud escéptica.

Al margen de la perspectiva de la fé ¿cual sería la actitud más correcta, racional e incluso científica ante este supuesto prodigio? Todas las fuentes históricas disponibles coinciden en dar testimonio del mismo, algo que, al menos aparentemente, contradice el sentido común. ¿Debemos por ello descartarlo por inviable? Al contrario puesto que los mayores descubrimientos -desde la relatividad a la física cuántica- lo contradicen aún más y no por eso dejan de ser correctos. Tal ves deberíamos de ser consecuentes con nuestra razón crítica y, siguiendo a ese gran escéptico que fue el escritor argentino Jorge Luis Borges, asumir una actitud más abierta ante el misterio. Como él dijo: <<El mundo es tan raro que, en una de esas, existe hasta la santísima trinidad>>.    

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