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viernes, 11 de agosto de 2017

Transformación y Evolución

Que nuestra civilización y la vida sobre la tierra  se encuentran al borde del abismo es una evidencia que parecemos incapaces de aceptar. Puede que aún estemos a tiempo de evitar el Desastre. Pero no ocurrirá si esperamos cruzados de brazos a que otros lo resuelvan, porque el problema de fondo está en nuestra naturaleza egocéntrica. Sólo ocurriría si logramos sentir una verdadera empatía con la naturaleza, si nos empeñamos en recuperar esa conexión que antiguamente había con todo lo que nos rodea. Si empezamos a luchar con fuerza y valentía por los derechos de la tierra y de los múltiples seres con lo que la compartimos, como si todo daño que se le causa nos afectase individualmente.
Para ello es necesario que surja una conciencia Colectiva del nosotros, que se anteponga a la del yo-mi-lo mío, una conciencia que pueda crearse a través de un ideal común y de una lucha re-volucionaria sagrada, para y por la vida. Pero si no forjamos esa conciencia -que implica un verdadero Salto evolutivo desprendiéndonos de las ataduras del ego-, si no reemplazamos la tramposa ego-nomia por una verdadera co-eco-nomía y nos ponemos en marcha de forma urgente, el universo nos rebotará los frutos amargos que hemos sembrado. Y no lo hará como un castigo, sino como un necesario aprendizaje evolutivo. Ya no sirve el nivel individual, sino la auto-transformación y la acción a nivel colectivo. Pero el único cambio posible comienza por uno mismo, pero debe expresarse a través de la colectividad, integrada por seres verdaderamente conscientes. Como nos han adormecido y aborregado, es necesario despertar y hacerlo ya... Ha llegado la hora de los guerreros espirituales, de los los cruzados de Gaia, dispuestos a transformarse a sí mismos para así cambiar el mundo. ¿Estamos dispuestos a escuchar la llamada de la madre tierra? Si no lo hacemos consciente y voluntariamente, quienes sobrevivan a este tránsito evolutivo deberán hacerlo por la fuerza.

El paradigma vigente en nuestra sociedad racionalista y tecnológica nos fuerza a realizar un esfuerzo reduccionista que, a fin de contar con la aceptación social de un mundo donde suponemos que debe reinar la lógica, nos hace interpretar todo en función de los mecanismos que creemos ser capaces de medir y controlar. Pero en la práctica, no es así, hay demasiadas cosas que se nos escapan, que no comprendemos ni controlamos, tanto en el mundo externo como en nuestro propio comportamiento. Y hay que poner el dedo en esas llagas, apuntar a las lagunas que hay en nuestro conocimiento e invitarnos a expandir nuestra estrecha visión del mundo.

 ¿Hay algo o alguien ajeno a nosotros que impulsa nuestra evolución, emitiendo informaciones que permiten a los seres más sensibles activar saltos cualitativos del conocimiento impulsando nuestro progreso? O bien, esa fuente de revelaciones diversas se encuentra confinada a una zona ignorada de nuestro propio psiquismo?

Esta última posibilidad es la que resulta más aceptable para nuestra mentalidad lógica, lo cual no significa que sea la respuesta correcta. Lo fácil es intentar dividir todo en unas pocas categorías : blanco o negro, y, si tenemos una mente abierta: gris, rojo, verde, azul, amarillo...Como si todo lo que conforma la inabarcable realidad -externa e interna- pudiese ordenarse en cajones de una manera realista y efectiva. Como si fuésemos auténticamente capaces de entenderlo todo, sin tomar conciencia de que ni siquiera lo somos de conocernos y comprendernos a nosotros mismos, verdadera y plenamente.

¿Y que nos queda, tras esta reflexión?...El reconocimiento de nuestra profunda ignorancia y de las limitaciones que impone la faceta racional de nuestra maravillosa mente. Pero también la comprensión de que -reconociendo la inmensa utilidad que tiene en muchísimos aspectos de nuestra vida- ésta no lo es del todo.


Tampoco esta mente racional debe regirlo todo de manera absoluta; el descubrimiento de otra vastas áreas del psiquismo humano de su forma de interpretar la realidad y de nuestra múltiples potencialidades que están reclamando ser exploradas, aceptadas e incluso desarrolladas. Pero el problema resulta confuso, dado que designa aquello que por definición nos es desconocido. No obstante, debemos entender que dicho dominio también nos revela unos conocimientos que, situándose claramente por encima de nuestra capacidad consciente resultan perfectamente racionales. La idea de una mente universal, como la que postula la existencia de una memoria que recoge toda la información del mundo, ha adquirido en nuestra cultura cientificista nuevos nombres (holismo), pero se trata de una hipótesis que nos describe la misma respuesta que, en el pasado, los hombres elaboraron a partir de la intuición o de la iluminación mística. Desde la perspectiva de la Tradición, ese dominio <<supraconciente>> es nuestra más autentica identidad dormida: el Yo superior.

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