El agua potable que se deja correr despreocupadamente por las cañerías de nuestras viviendas, cuando recibe la bendición, adquiere una consideración sobrenatural o mágica, según creencias antiquisimas que siguen vigentes en el mundo actual.
La observación de la fe ajena por el agua bendita sugirió al cura argentino Guillermo David Barragan una idea que le hizo rico, hasta que los tribunales de justicia le condenasen por curanderismo en el año 1996. El sacerdote se dedicaba a atender a numerosos enfermos a quienes le administraba agua del grifo previamente bendecida por el, que vendía a un precio equivalente a 22 euros la botella. El fiscal del caso creyó que <<explotaba la ignorancia, la desesperación o credulidad de la gente y que puso en peligro la salud de muchos de ellos, desviandoles de una correcta asistencia medica>>.
En la actualidad, apenas hay un acto de la vida piadosa en que no tenga aplicación el agua bendita. Los sacerdotes se sirven de ella para rociar seres o cosas, en los rituales de bendición de bautizados, cadáveres, endemoniados, animales domésticos, nuevos locales de negocios, casas recién construidas, cementerios, palmas de domingo de ramos y cuando no las aguas de los ríos, lo que en absoluto parece redundar en los oficiantes.
Para que pueda adquirir estos valores sobrenaturales, el ritual exige que el sacerdote haga la señal de la cruz y recite algunas preces sobre el liquido elemento que, según la tradición, debe recogerse en fuentes que hayan sido bendecidas en sábado Santo, aunque en ocasiones excepcionales parece ser que no basta y es preciso que provenga de determinados manantiales, como es el caso de los bautizos de la familia real española, que deben realizarse con agua traída expresamente de rió Jordán.
Según la iglesia, el agua bendita es uno de los sacramentos que tiene virtud de perdonar los pecados veniales, excitar a la penitencia y arrepentimiento, y procurar mas fácilmente la reconciliación con Dios. Pero, con independencia de finalidades sagradas, las gentes, durante siglos, se han venido llevando porciones de la misma a sus viviendas, a fin de que las protegiese de las tormentas, ciclones, epidemias y otras desgracias, ademas de aplicarlas a las personas que sufrían obsesiones.
Estas creencias proceden de las virtudes que otorgaron al agua lustral los gentiles de las culturas egipcia, etrusca, griega, romana y hebrea, entre otros pueblos de la antigüedad. La llamaban <<lustral>> en su sentido de purificación, que era la finalidad con que la elaboraban, apagando en agua un tizón ardiendo, sacado de la hoguera del sacrificio. Otorgaron tales propiedades a dicho liquido, que ni solo rociaban con el a las victimas inmoladas, sino que los propios asistentes no dudaban en dejarse empapar para alcanzar la purificación.
En las fiestas de Baco, las gentes se llevaban agua lustral a sus casas para atender las necesidades domesticas de apersion mágica. Esta costumbre constituía un derecho ciudadano, de tal suerte que los griegos privaban de esta agua, a modo de excomunión, a aquellos que habían infringido algún tabú.
Los romanos celebraban cada cinco años unas fiestas lustrales para purificar el pueblo, que son las que han dado el nombre de lustro a este periodo de tiempo.
Muy influidos por las tradiciones judías, los cristianos asumieron este rito, incluso en sus aspectos mas lindantes con la magia. Prueba de ello es la expresiva inscripción encontrada en el baso de ablucion de una de las primeras basilcas: <<No solo da consuelo, evita desgracias>>.
A finales del siglo I, el Papa san Clemente I dispuso que las aspersiones que se practicasen a los feligreses debían contener una mezcla de agua bendita y santos oleos, hasta que el Papa san Alejandro I se apiado de las vestimentas de la feligresía y sustituyo por sal la destilación de la oliva.
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