
Le toco al monje de Auvernia (Francia) Gerbert de Aurillac (945-1003), arzobispo de Rávena, ocupar el trono de San Pedro, en aquel fatídico año 1000, bajo el nombre de Silvestre II. Este pontífice, formado en el Scriptorium de Ripio (Girona), estudió matemáticas y ciencias naturales, y estrechamente vinculado con la ciudad de Vic y el monasterio de San Pere de Casserres (Osona, Barcelona), fue considerado uno de los hombres más sabios de su tiempo, el primero en popularizar en el Occidente latino el empleo de las cifras arábigas. Desde los púlpitos de las iglesias y también desde las plazas públicas de las ciudades y pueblos, el pontífice supo tranquilizar a las gentes, gracias a su brillante oratoria.
Silvestre II (999-1003), que poseía un increíble repertorio de conocimientos tanto de las ciencias sagradas como de las profanas, sentía una especial pasión por la medicina y también por las matemáticas. Gran parte de su talento lo desarrolló en Sevilla y Córdoba con maestros árabes; sin embargo, sus detractores, que no fueron pocos, consideraron que tanta sabiduría no podía proceder más que de un pacto con el Diablo. La leyenda le atribuyó artes de nigromante y ocultista, allanando el camino para, siglos más tarde, hacer de él el prototipo de doctor Fausto.
Y es que el Papa Silvestre II, en unos tiempos de escasa tolerancia para todo el conocimiento que se apartara de lo oficialmente establecido, tuvo la valentía de adelantarse a su tiempo a los conceptos que otros eruditos confirmarían sobre los números. Es el casi del matemático Schelbach cuando dijo: "El que no conoce la matemática, muere sin conocer la verdad científica".
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