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miércoles, 4 de abril de 2018

Miguel de Molinos, el hereje quietista


Corría el año 1628 de Nuestro Señor cuando venía al mundo un personaje que acabaría engrosando la lista negra del Santo Oficio ya alcanzada la edad adulta. Su nombre era Miguel de Molinos y había nacido en Muniesa, Teruel, hijo de Pedro Molinos y Ana María Zuxía. Con una brillante formación, a los 18 años se estableció en Valencia, y allí paso a estudiar en el colegio de San Pablo, de la Orden de los Jesuitas, los mismos que con los años se convertirían en sus principales perseguidores.

Allí se doctoró en teología y fue ordenado sacerdote, obteniendo también la licencia de confesor de monjas -no debemos olvidar que alguno de los curas responsables de esta tarea, fueron condenados por Santo Oficio por impulsar la lasciva entre las religiosas-. No obstante, el motivo de persecución sería muy diferente  al de personajes como Urban Grandier o García Calderón, Tiempo después nuestro protagonista se establecería en la iglesia agustina de Roma, donde había viajado con la intención de defender la beatificación de Francisco Jerónimo Simó.

En el año 1665 y en la Ciudad Eterna, Molinos Gozaba de un gran prestigio entre la aristocracia y el clero, siendo recibido incluso por el general de los Jesuitas, Paolo Oliva. Cercano a los movimientos místicos que despuntaban en el siglo diecisiete, fue cincelando una doctrina religiosa cuyo le costaría caro. Prestigioso orador y docto teólogo, llego a realizaron intercambio epistolar con la reina Cristina de Suecia, controvertida soberana que entre otras aficiones dedicó gran tiempo de su vida al estudio del Arte Alquímico.

Su error sería publicar en Roma, en 1675, su Dux Spiritualis, una guía espiritual con el sugerente y significativo subtitulo "Que desembaraza el alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la paz interior", y donde dejaba claro las líneas básicas de la doctrina que acabaría por llamarse quietismo y de la Molinos sería el principal teórico.

Aunque dichos postulados llamaron la atención de personajes de renombre, que elogiaron el trabajo del tolurense, sus atrevidas ideas fructificaron en Italia, incluso entre el cardenal D' Estrées, amigo de Molinos y más tarde acusador, y en Francia entre Fenelón o el padre Francois Lacombe, quien fuese director espiritual de Madame Guyon.

Molinos postulaba un acercamiento a Dios a través del estado de "quietud", en el que la mente es completamente inactiva, no piensa ni desea por su propia cuenta, sino que permanece pasiva mientras que Dios obra el ella. Esta postura iba en contra de los dictámenes de la ortodoxia católica por muchas razones, entre ellas, porque invitaba al penitente a abandonarse a la inactividad, no realizando ni siquiera el obligatorio tiempo de oración, llegando incluso a afirmar "y si la naturaleza se agita, uno tiene que permitir esa agitación porque esa es la naturaleza", lo que para los inquisidores fue indicio de que Molinos defendía la inmoralidad sexual, lo que realmente fue una manipulación de sus ideas. Sea como fuera, y aunque Molinos había llegado incluso a gozar de la protección del Papa Inocencio XI, que incluso parecía estar dispuesto a nombrarle cardenal, la presión de los Jesuitas italianos Gotardo Bell y Paolo Segneri despertaron el interés de la inquisición en 1678. De poco le serviría al bueno de Molinos publicar su Defensa de la contemplación, que redactaría entre 1679-80 intentando exonerarse de las acusaciones, texto que nunca vería la luz.

Tras ello Molinos fue apresado junto a algunos de sus discípulos la inefable fecha del 18 de julio de 1685. El hecho de sus acusadores no pudiesen hallar pruebas se desviaciones doctrinales ralentizó el proceso y llevó a que Molinos fuera torturado. Ante el dolor, el religioso español confesó todo tipo de actos que probablemente jamás había realizado y fue acusado de inmoralidad. Sin embargo, funcionarios de la inquisición destruyeron a finales del siglo XVIII las actas del proceso para evitar que cayeran en manos de los franceses, por lo que se perdió para la historia la lista de acusación y declaraciones del reo.


No obstante, parece que fue acusado de que "para conseguir la libido, se hacía servir en la mesa y desnudarse a más mujeres desnudas, y otras veces estaba presente para ver mujeres y hombres desnudos entrelazados juntos y relacionarse"; además se le acusó de "haber sido más veces sodomizado, acto que el decía que no era un pecado porque no estaba escrito en el Dacálogo, lo mismo que decía del bestialismo", según se desprende de un escrito del obispo de Téano de 1687; acusaciones realmente pintorescas y absurdas con las que Molinos, casi con seguridad, no tenía nada que ver.

El caso es que Miguel abjuró de sus "errores" el 13 de septiembre de 1687. Fue condenado por inmoralidad u heterodoxia a permanecer siempre vestido con un hábito penitencial, a recitar diariamente un Credo y un tercio del Rosario, a confesarse cuatro veces al año y a perpetua reclusión, sentencia ratificada por su antiguo amigo el pontífice Inocencio XI en la bula Coelestis pastor del 20 de noviembre de 1687.


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