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martes, 28 de noviembre de 2017

Teatro Cervantes


La muerte de Concha Robles Perez fue tan teatral que, cuando se produjo, la gente aplaudió. Conchita, almeriense de cuna, había emigrado a Madrid siendo solo una niña. Quizá el convivir con la profesión de tramoyista de su padre despertó es ella el don de la interpretación. Desde entonces y hasta los veinticinco años, dedicó con éxito buena parte de su tiempo a la interpretación.

Con un escaso cuarto de siglo  a su espalda, contrajo matrimonio con el comandante de caballería Carlos Verdugo, hombre celoso hasta la médula que la obligó a abandonar su trabajo a la primera de cambio. No pudiendo soportar la situación, Conchita se separó, regresando a su vocación, seguida de cerca por los ojos malévolos del comandante.

En 1922, el Teatro Cervantes de Almería recibía a su hija pródiga. Conchita regresaba a su provincia natal para interpretar el papel protagonista en la polémica obra Santa Isabel de Ceres. Carlos Verdugo logró entrar en el inmueble y, apostado en un rincón, esperó a que la actriz saliera del camerino. Haciendo honor a su apellido. Carlos se convirtió en el verdugo de Conchita, atravesándole el corazón y el cuello con dos traicioneras balas, he hiriendo de muerte a un muchacho tras el que ella se escudó.

Y el público, tras escuchar las detonaciones y ver salir a Conchita al escenario manchada de sangre, aplaudió, si, pero el caos se apoderó del lugar cuando el muchacho salió a escena y cayó sobre la primera fila de butacas. Ambos murieron poco después. El ataúd de la actriz, con su cuerpo dentro, estuvo es su camerino hasta el día siguiente, en que se llevaría a cabo el multitudinario entierro.


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