En el primer tercio del siglo XX, el físico Paul Dirac, observó un hecho enigmático: al reconstruir la evolución del Universo se hacía evidente que éste había seguido invariablemente la única opción que existía para que dicha evolución desembocara en un ser inteligente como el hombre. En cualquier otro tipo de proceso -a partir de las mismas condiciones iniciales- no estaríamos aquí para mirar las estrellas ni hacernos preguntas. No solo la explosión inicial tuvo la magnitud precisa para que nacieran las galaxias, sino que la dinámica de ellas fue la única que podía dar lugar a las estrellas de tercera generación como nuestro sol y su sistema planetario. Incluso cada detalle de la tierra era el necesario para que prosperara la vida. Bastaría con que nuestra atmósfera estuviera formada por un 24% de oxigeno, en lugar de 21% que presenta, para que el primer incendio forestal no se hubiera extinguido hasta devorarlo todo. Dirac formuló entonces el llamado <<principio antrópico>>, que viene a decir que el Cosmos siempre ha sido el que debía ser para que existiera el hombre. El racionalismo imperante no se sintió nada cómodo, pero como dicho principio era irrefutable elaboró versiones <<débiles>> del mismo que tuvieran menor resonancia <mística>. En todo caso, esta evidencia de lo que Hoyle denominó irónicamente <<Universo Inteligente>>, recuerda mucho al denostado argumento de que el mecanismo del mundo es tan exacto como un reloj y, por tanto sugiere la existencia de un "relojero".
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