Desde los periodos más antiguos, cuando la humanidad ya había abandonado prácticamente sus hábitos de vagabundeo y el modo de cazadores reproductores con el cual, por milenios, había sostenido los rudimentos de cultura que por entonces comenzaban a apuntar, aunque no en todas partes ni en el mismo momento, y empezaban a establecerse en comunidades más o menos fijas y estables, al mismo tiempo que se establecen los primeros rudimentos de jerarquía social y de grupos de estatus, aparecieron también por primera vez las sociedades secretas.
Esto eran, desde luego, las Männerbünde, o asociaciones masculinas de guerreros y de jóvenes, que mantenían, aún en tiempos de paz o de tranquilidad relativa, sus costumbres guerreras y combativas, distinguiéndose por su comportamiento violento y agresivo, dirigido tanto contra los enemigos del grupo como frente a cualquier otro colectivo cuyos intereses o comportamiento no fuesen considerados como adecuados.
Tales sociedades secretas fueron haciéndose cada vez más reservadas y hostiles a cualquiera que tratase de intervenir contra ellas o de sorprender sus misteriosos y cada vez más ocultos comportamientos o proyectos. Expertos en el conocimiento reservado, fueron seguramente tentados muchas veces para que se unieran a estas sociedades guerreras y probablemente unos cuantos aceptaron de buen grado por el poder y el prestigio que, dentro de ellas podrían alcanzar.

Determinados analistas de este tema tan espinoso llegaron a concluir que, con el tiempo, en alguna de estas sociedades secretas se consiguió descubrir el método para desatar entre sus guerreros miembros el berserksgangr, es decir, la posibilidad de transformarlos en berserkir (guerrero oso) o ulfhednar (guerreros lobo), que revestidos con las pieles y cráneos de aquellos animales se comportaban en combate como <<guerreros-fiera>>, en los cuales se desataba un estado de furia agresiva y salvaje sobre el que no podía ejercerse ningún control y en los que no hacían mella el hierro y el fuego.
Más tarde, según parece, el perfeccionamiento de estos métodos secretos o tal vez su evolución inevitable, terminaron por transformar a los berserkir y a los ulfhednar en auténticos licántropos o en verdaderos demonios, convirtiendo de ese modo un proceso que, en principio, era irreversible, en un destino sin retorno.
Estos principio fueron estudiados por servicios como la Ahnenerbe de las SS nazis. Se comenta que el propio Himmler, el Reichsführer SS, tenía la obra principal de Otto Höfler (Kultische Geheimbünde), uno de los principales investigadores es esta materia, como libro de cabecera.
Los chamanes en estos casos -tendríamos que llamarlos Chamanes Negros- con su conocimiento altamente especializado en el acceso a estados alterados de conciencia, sobre el tránsito hacía otros universos de realidades paralelas, o respecto al control de las almas arrastradas al Otro Mundo o al Mundo de los Muertos, eran seguramente muy apreciados para llevar acabo sus proyectos de transformación en el seno de estas asociaciones y grupos secretos. Místicos y ocultistas como Karl Maria Willigut (Weisthor) al servicio de los planes asimismo secretos de Männerbünde contemporáneas como las SS nazis y sus programas de investigación instalados en la Ahnenerbe estudiaron sin duda con gran interés estos procesos y experiencias de los Chamanes Negros, igual que lo hicieron también con el chamanismo Bon-tibetano.
Así, algo del infierno y de sus demonios, entendido no desde una perspectiva religiosa concreta, sino como elementos de lo numinoso-primordial activos y dotados de un gran poder, fue traído finalmente a nuestro mundo.

Únicamente nos queda de esta obra misteriosa alguna fotografía, que nos muestra su impresionante factura. En ella aparece Odín clavado con los brazos en cruz sobre el Árbol de la Vida, como una lanza que hiere su costado derecho, representando en cierto modo ese sacrificio iniciático como boleto de ida a ese Otro Mundo donde se instalan las almas guerreras. En la orla que se muestra alrededor de la figura central, pueden verse los caracteres rúnicos con los que se expresa el carácter de la situación, relatada en las viejas narraciones de la Edda Poética (Hávamal, Rúnatal, verso 139).

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