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miércoles, 20 de septiembre de 2017

¿Quién fue Amalia Soler?

El 10 de noviembre de 1835 vio la luz en Sevilla Amalia Domingo Soler. Su padre había fallecido antes que ella naciera, y su madre se convirtió en su ángel inseparable, indispensable por sus tempranos problemas de visión  que, cuando tenía ocho años, desembocaron en ceguera. Se asegura que un farmacéutico logró que recuperara la vista, pero eso es algo que no esta claro aún.

A pesar de las dificultades que la vida le fue imponiendo, la pasión por la lectura y la escritura despertó en Amalia desde bien temprano. Su madre se cuidó de que así fuera, instruyéndola de tal modo que la niña comenzó a dar muestras de una facilidad asombrosa para la poesía a muy temprana edad. Sin embargo, la muerte de su madre cuando Amalia contaba con veinticinco años de edad provocó un vuelco en su vida emocional y material que le cambiaría para siempre.

La situación económica en la que había quedado no resultaba excesivamente boyante. No estaba casada, algo que aquella época y con su edad resultaba un importante handicap para el futuro. Al parecer, desde algún sector de su familia se deslizó la idea de un matrimonio de conveniencia, o incluso la opción de la vida religiosa, pero Amalia rechazó ambas alternativas y, en lugar de eso decidió trasladarse a Madrid.

Vendió los muebles de su casa sevillana, y se dispuso a tratar de sobrevivir en la capital con las magras rentas con que contaba y con los ingresos que le reportaban su trabajo como costurera. Sin embargo, finalmente se vio obligada a regresar a sevilla. Por entonces, su sed de respuestas a sus dudas espirituales era insaciable. Buscó consuelo en la fé, pero su exploración en ese terreno no le satisfizo. Hay quien sitúa en aquellos días de zozobra su encuentro con el espíritu de su madre.

A esa experiencia insólita vendría a unirse el providencial descubrimiento de que había en Sevilla un médico homeópata, el doctor Hysern, a quien acudió inicialmente en busca de algún medio alternativo para sus problemas de visión. El médico se esforzó en tratarla, pero le advirtió que la cura le parecía imposible, si bien le pudo abrir los ojos a otra realidad que iba a ser muy diferente para ella.


En efecto cuando la joven le confesó sus dudas espirituales, el galeno le habló por primera vez de una creencia nueva que estaba afianzando en Estados Unidos y que empezaba a crecer también en parte de Europa. Sus adeptos, le explicó, creían posible el contacto con los espíritus de los difuntos. El medico tildaba de locos  a los seguidores de aquella doctrina que consideraba posible la vida eterna de espíritu y la convicción de que, en sucesivas reencarnaciones, ese mismo espíritu atravesaba por diferentes experiencias vitales adquiriendo conocimiento y limando imperfecciones.


Tiempo después, Amalia se convirtió en divulgadora de ideas espiritistas, defensora de los derechos de la mujer y activista a favor de cambios educativos y de causas como la celebración de entierros laicos, además de ser una reconocida médiun. Ella había participado por primera vez en una sesión mediúmnica tras vincularse a la sociedad espirita española, pero se cuenta que su racionalismo y la rigidez con la que había sido educada le impedían desarrollar sus capacidades psíquicas, hasta que finalmente rompió esas ataduras tras recibir un mensaje de quien sería su guía espiritual, el padre Germán. Se dice que en cierta ocasión varios espíritus contactaron con ella y le dictaron un mensaje por medio de la psicografía. Le revelaron sus vidas pasadas, mostrándole alguna en la que ella misma había sido un hombre y se había comportado desconsideradamente con las mujeres. Finalmente Amalia falleció el 29 de abril de 1909.


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