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jueves, 14 de septiembre de 2017

Historias de la Antártida

Mucha gente desconoce que la Antártida es un continente en toda regla, con una superficie 14.000 kilómetros cuadrados, 28 veces la extensión de España. Es más, si quisiéramos, podríamos meter toda Europa dentro de este continente cubierto por hielos milenarios.

Se consideró el último continente explorado y, aún desconocido para la mayoría de los mortales. Hielos que llegan a hasta los dos kilómetros de profundidad o vientos huracanados de 326 kilómetros por hora nos dan una idea de lo que allí vamos a encontrar.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la Antártida comenzó ha ser el continente deseado. Las riquezas que hoy se saben existen bajo los inmensos hielos, entonces se intuían. En 1946, los Estados Unidos, con trece barcos y casi cuatro mil hombres, se disponían al asalto de las tierras antártidas, simulando una maniobras militares. El mundo, entonces, temeroso de la gran potencia, no se atrevió a protestar. Hubo de ser a través de las Naciones Unidas cuando iniciaron las conversaciones para salvar aquel maravilloso lugar de la explotación desmesurada. Y el 1 de diciembre de 1959, se firmaba el tratado donde la Antártida quedaba en manos de las Naciones Unidas durante 30 años.

Un continente nuevo, descubierto en teoría en 1818. ¿Cómo explicar entonces que en 1513 el famoso mapa del cartógrafo otomano Piri Reis describiera tan fielmente las costas antártidas? Piri reis dice que sus mapas desde luego no son originales, que los copio de diversos cartografías tomadas a marineros españoles capturados, e incluso habla de un oficial que viajó con Colón en su primer viaje que llevaba una copia de mapas desconocidos para los hombres.

Scott, cuando la suerte te da la espalda
Todo comenzaba cuando con la primera expedición de Robert Scott intentando llegar al centro polar en 1901, expedición que falló por falta de preparación y en la que el mítico explorador tuvo que enviar de regreso a Londres a su principal ayudante, que poco imaginaba se convertiría en un hombre indispensable para la conquista antártica. Su nombre, Shackleton.

Tras este sonoro fracaso, Scott preparó la mayor parte de las expediciones, tardó años en conseguirlo, y si no llega a ser por la principal aportación de la corona inglesa, que siempre estaba dispuesta a anexionar nuevos territorios a su gobierno, nunca hubiera podido realizar el viaje. Finalmente el 12 de octubre de 1910 Scott llegaba con su barco, el Terranova, a Melbourne, cargado con material para el gran asalto al sur. Llevaba comida de sobra, para que no faltase, como ocurrió con la anterior expedición, carbón y petroleo y un cargamento de pequeños ponis de Manchuria para caminar por las nieves. El golpe de mayor efecto fueron tres tractores mecánicos que se encargarían del material hasta el helado centro geográfico.

Pero cuando Scott llegó a Melbourne le esperaba la peor de las noticias, un telegrama de Amundsen que, a bordo de su buque noruego El Fran, partía de Madeira el 9 de septiembre de ese año con un claro objetivo: llegar antes que él al Polo Sur. Por mucha prisa que quiso darse, Scott no pudo partir hasta el 29 de noviembre...aquel final de 1910 se estaba complicando demasiado. Si hacemos tanto hincapié en las fechas es por lo importante que fueron para ambas expediciones. Scott no sabía que Amundsen salía compitiendo con su expedición, lo que calificó como una falta de honor en aquella carrera entre hombres de palabra..

 Pero en aquella conquista, como en la guerra, todo valía. La expedición de Scott estuvo acompañada por la mala suerte desde el principio. A los pocos días de salir de Melbourne se vieron envueltos en un huracán que estuvo a punto de hacerles zozobrar. Perdieron gran parte del carbón que, al viajar sobre cubierta, se echo a perder con el agua. Los animales se hallaban en un estado pésimo por los vaivenes del buque y los golpes de mar que recibían. Esos golpes marítimos hacían gastar gran cantidad de combustible para luchar contra las olas, así que Scott decidió navegar con ayuda de velas el tiempo que fuese posible.

Extenuados, llegaron, en enero de 1911, a Cabo Évanos. Tras intentar desembarcar en numerosas bahías. Comenzaron a descargar la gran cantidad de viandas y equipo que llevaban para la expedición, con tal mal fario que el más grande de los tractores mecánicos, debido a su peso, rompió una plancha de hielo y se precipitó al centro de una grieta en el hielo. Atravesando el hielo llegaron al lugar donde Shackleton tuvo que abandonar en la expedición de 1901 y se dispusieron a preparar un campamento en que pasar el invierno y preparar el asalto para el verano antártico de 1911.


Aquel invierno fue el más duro en siglos, al menos en la zona ártica en la que estaba Scott, donde llegó a los 89° bajo cero. Scott decidió salir acompañado de unos pocos hombres, dos tractores que le quedaban y los ponis que habían sobrevivido al duro invierno.Pronto vió que estos últimos habían sido un error, no podían caminar, hundiéndose en la nieve hasta la barriga y solo lo hacían con tremendo esfuerzo que los reventaba. Ingeniosamente, construyeron una especie de raquetas de nieve que, atadas a las patas de los pequeños equinos, permitían que pudiesen caminar, aún con dificultad. Aquellos animales que llevaban para poder comérselos a la vuelta se fueron quedando en el camino, como almacén de comida, pero mucho más lejos de lo que Scott había calculado. El frío seguía siendo intenso, los tractores fueron quedando atrapados en la nieve y solo quedaron dos trineos y algunos perros. Así que se decidió que dos de sus hombres regresasen y él junto a otros dos intentarían el asalto final. Wilson, Bowens,  y Scott sabían que si llegasen a su objetivo sería casi imposible que pudiesen regresar a la base.



Sufrimientos congelaciones y todo tipo de vicisitudes pasaron estos tres hombres para recorrer las 97 millas que les separaban del centro polar geográfico. En la mañana del 17 de enero de 1912 avistaron algo parecido a una tela que resaltaba sobre la blanca inmensidad. Cuando llegaron a ella, estaban en el centro polar geográfico...Pero aquella tela era la bandera noruega. Amundsen había llegado poco más de un mes, el 14 de diciembre de 1911, dejando una carta de ánimo para él. Imaginemos la moral de estos hombres, pensando que le quedaban 800 millas de regreso a la civilización, casi sin alimentos y acercándose el final del verano. Huelga decir cómo fue ese regreso. Scott repartió entre sus hombres 30 pastillas de morfina para cada uno, para usarlas cuando no pudiesen aguantar más. Pero los tres eran católicos y el suicidio no entraba en sus planes. 


El 29 de marzo de 1912, en su última carta, Scott escribe una lineas que encontraría el equipo de rescate que partió en su busca el siguiente verano. En ese manuscrito, tras dar mil explicaciones a su fracaso, se confesaba: "creo que no puedo escribir más. Por el amor de Dios, cuiden de nuestras familias". Y así, fueron encontrados los cadáveres de estos tres valientes hombres que no fracasaron en su misión, aunque Scott sabía que llegar segundo era ser el primero de los perdedores.



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