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lunes, 25 de septiembre de 2017

Las cloacas del KGB 2da parte

Como consecuencia de esta deportación, casi medio millón de personas tuvieron que abandonar sus tierras, a las que solo volvieron quince años después, cuando el poder de URSS ya estaba muy asentado y en Moscú no creían que surgieran grupos separatistas. Así siguieron las cosas hasta la desintegración del país. Algunas repúblicas soviéticas lograron su independencia a partir de 1991, otras en cambio, no tuvieron <<esa suerte>>. Entre estas últimas estaba Chechenia. Y es que el país ofrecía a los rusos grandes ventajas: una situación geográfica estratégica y recursos naturales en forma de petróleo y gas. Y más aún, porque su ubicación en el globo permitía que a través de esas tierras pudiesen discurrir oleoductos indispensables para mantener el poderío de Moscú. Lo que sí fue inevitable es que el sentimiento nacionalista fuera cada vez más fuerte y los deseos de la población para ser independiente nunca dejaron de estar pendientes.

El jefe comunista fue disuelto por el jefe militar, un hombre llamado Dzhojar Dudáyev, que ganó las elecciones locales y proclamó la independencia, pero Moscú no la aceptó y siguió imponiendo su ley gracias al poderío castrense. Sin embargo, las cosas estaban cambiando. Los rebeldes intentaron ocupar la capital de la república, Grozni. En respuesta, Rusia decidió en 1994 invadir Chechenia para afianzar su dominio. Murieron entre 60.000 a 100.000 personas. Tras el conflicto, ganó las elecciones Aslán Masjadov. Se firmó la paz con Moscú pero un amplio sector se mostró contrario a unos acuerdos que significaban volver a estar sometidos a Rusia.

En este estado de cosas, cuando en septiembre de 1999 acontecieron los atentados con bomba, el jefe de la inteligencia -el Servicio Federal de Seguridad (FSB), la antigua KGB- era Vladimir Putin, que acusó de estar detrás de las acciones terroristas a un guerrillero checheno llamado Shamil Basáyev que, sin embargo, negó desde un principio toda implicación en los atentados. En respuesta, Putin ordenó una nueva invasión al país que fue tan terrible o igual a la anterior.

Pero ¿quien estuvo detrás de aquellos atentados de septiembre de 1999? Hay suficientes elementos para la duda. Aquel trágico mes hubo una quinta bomba colocada en un edificio de apartamentos. Esta vez en la ciudad de Riazán. En principio se dijo que eran agentes chechenos, pero en realidad eran tres agentes de los servicios secretos que, hasta esa fecha habían estado a las órdenes de quien era su jefe, es decir Putin.

Las sospechas no acaban ahí. Varios periodistas comenzaron a investigar la participación de agentes de inteligencia en los atentados. Uno de ellos era Aryom Borovik, cuyas pista lo llevaron a la conclusión de que varios de esos ataques habían sido provocados por agentes secretos, que se camuflaban como terroristas y cometían atentados que beneficiaban a las políticas de Putin. Borovik sufrió un sospechoso accidente de avión que acababa de ser revisado por agentes de inteligencia ante el temor de un nuevo atentado. Por su arte, la periodista Anna Politkóvskaya también encontró numerosas evidencias, como el hecho de que el explosivo utilizado en los atentados la condujera a laboratorios militares rusos. Politkóvskaya fue hallada muerta en el asensor del edificio donde vivía el 7 de octubre de 2006. Le habían disparado dos veces: una en la cabeza y otra en el pecho.

Cuando en octubre de 2002 un comando checheno tomó el teatro Dubrovka se insistió en ello nuevamente. Se acusaba a los chechenos de haber provocado la muerte de 171 personas, pero luego se demostró que fue el uso de gases tóxicos durante el asalto militar al teatro lo que provocó la tragedia.

Y aún cuando esa información tuvo cierto alcance en la opinión pública, nadie recordó las sospechas sobre la actuación militar en el teatro cuando dos años después un comando terrorista tomó el colegio de Beslán, en Osetia del Sur. En aquellos días solo se repetía la información sobre el terrorismo checheno, como si no hubiera matiz alguno que efectuar.

Cuando la versión oficial se escribe, ya no hay ninguna información que logre sepultarla. Ni siquiera el sospechoso hecho de que se averiguara, con nombres y apellidos, que los responsables de aquellas operaciones chechenas eran, curiosamente agentes de inteligencia de Rusia. Con pruebas y documentos mostró la realidad de estos hechos un antiguo agente de la KGB que vivía en Londres y que había estado al frente de una unidad contra el crimen organizado. Publicó los datos, pero muy poco lo escucharon, pese a que las informaciones eran tan rotundas que no dejaban lugar a dudas. Mientras este antiguo agente secreto estaba buscando datos para seguir las pistas que había localizado la periodista asesinada Anna Politkovskaya, se reunió en la capital con dos informantes. Lo envenenaron durante la entrevista con una poderosa sustancia, polonio.

Aquel agente se llamaba Aleksandr Litvinenko. Murió poco después, el 23 de noviembre de 2006, victima del polonio. Los envenenadores eran agentes secretos rusos. No mucho tiempo atrás había escrito un libro titulado Rusia dinamitada (Alba, 2009) donde se ofrecían pruebas -muy rotundas- que demostraban que los supuestos actos terrorista habían sido obra de su gente. Yuri Felshtinsky, un periodista que lo había ayudado a huir de Rusia a través de Turquía y España, llegó a ver como varias de las personas que habían colaborado en su investigación, fueron asesinados después de que le entregaran datos sobre la implicación de los servicios secretos en los crímenes.
El reportero llegó a entrevistarse con el general Yevgueni Jojolkov, jefe del departamento en el que trabajaba Litvinenko. <<Si lo viera, yo mismo lo asesinaría con mis manos>>, le dijo aunque luego añadió: << En sentido figurado>>.

Y es que Litvinenko lo consideraba un traidor por haberse negado a cumplir la orden que se dio cuando se tomó la decisión de eliminar a Boris Berezovski, un millonario ruso que había sido extorsionado por los agentes secretos que formaban parte del grupo de delitos económicos del FSB, pero que en realidad no era más que una mafia que extorsionaba a los millonarios que habían hecho fortuna mientras gobernaban Yeslstin y Putin.

La negativa de Litvinenko a cumplir aquellas ordenes fue una sentencia de muerte contra él. Que ya sabía de las atrocidades que el Ejercito ruso había cometido durante la invasión de Chechenia, en donde se habían lanzado los ataques tras los presuntos atentados de 1999.








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