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lunes, 21 de mayo de 2018

La humanidad y su destino



La humanidad no apareció en la tierra por casualidad. No somos producto del azar. El sentido común nos enseña que el complejo mecanismo de un reloj suizo no es el resultado de un lento proceso evolutivo que se prolongó durante millones de años en un medio rico en minerales que se nutrían de la carga eléctrica de rayos y relámpagos.

Si bien es posible que la arena y los elementos hayan sufrido ciertas transformaciones a lo largo de miles de millones de años, sabemos muy bien que, sin designio y sin diseño, el delicado y complicado mecanismo que produce la exactitud de un reloj suizo JAMÁS sería el producto de la ausencia de propósito, del simple azar y la casualidad.

A pesar de esto, hay muchos que, para no ir en contra de la “corriente intelectual”, se adhieren a la teoría de la evolución, según la cual la mente humana, cuya complejidad y capacidad son inmensamente superiores a cualquier reloj o computador, es simplemente el producto de un “accidente” del proceso evolutivo.

Si este es su concepto de la vida, más vale que se detenga aquí en la lectura, mientras Dios no lo despierte, no va a entender nada del supremo destino de su vida ni de ninguna otra verdad espiritual. Como está escrito: “...lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos. 11:3).

La Palabra revelada del Creador nos enseña que el hombre fue creado con un propósito. El Génesis, el primer libro de la Biblia, nos enseña claramente que las criaturas fueron hechas “según su especie” (Génesis 1:21, 24-25). Después dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (versículo 26).

Tenemos aquí dos puntos de vital importancia. Primero, vemos que el verbo aparece en plural: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Lo que aquí se indica es que son dos personajes los que hablan de la creación del hombre a su imagen. Se trata obviamente de Dios el Padre y del

Logos o el “Verbo” (la Palabra), quien más tarde habría de nacer de la virgen María como Jesús de Nazaret (Juan 1:1-2, 14).

El segundo punto lo indica la continuación del versículo 26 de Génesis 1: “...y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Al ser humano le fue dado desde el principio señorío, la facultad de regir el mundo material. Desde el principio se le encomendó un deber y se le dio la oportunidad de valerse de la razón y del poder creador de la imaginación.

Veamos por ejemplo estas palabras inspiradas del Rey David: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles [en hebreo, Elohim], y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmos 8:4-6). Vemos aquí que Dios tiene un propósito muy especial para el hombre, a quien hizo un poco menor que “Elohim”, un vocablo hebreo que usualmente significa DIOS. Tal como acabamos de leer, Dios coronó al hombre de honra y gloria y lo hizo señorear sobre las obras de sus manos.

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